El ser humano del Siglo XXI ha sido quizás el más contradictorio de toda la historia. Nos inventamos la bomba atómica para evitar que los Nazis la tuvieran de primeros – con sus horribles consecuencias – y luego darnos la vuelta y lanzarla dos veces sobre el Japón. Creamos las Naciones Unidas para tornar en realidad el sueño de un mundo en paz, pero vivimos los horrores de la hambruna, de guerras religiosas y tribales y damos cabida a la injusticia y al egoísmo. Abominamos y sancionamos la discriminación de todo tipo fuera de nuestras fronteras pero, no obstante, la ejercemos con sutileza en combinación con nuestros propios perjuicios.
Muchos artistas han dedicado las obras de su vida al análisis Freudiano, e incluso a la exultación, de nuestras pesadillas. Picasso disecó con minucia y reensambló la realidad de las cosas para darnos una nueva perspectiva.
Guayazamin nos mostró el rostro cruel de la injusticia social en América Latina, Warhol retomó lo trivial que nos rodea, y lo entronizó en las paredes de nuestros hogares, no sin desprecio, y Botero se ríe en nuestra propia cara con sus gordos, no obstante obras maestras. Otros, como Graciela Gomez, nos dan una visión pacífica de lo que está por regresar. Marlene Amaya pinta en colores oscuros sin renunciar al hombre como el centro de todo, mientras Hernando Sanchez y Quin se proyectan en el distante y siempre intrigante mundo del neoclasicismo. Y es entre estos y muchos otros que SANTO DOMNGO, sin saberlo un heredero de Dali – aunque muy diferente- nos lleva hacia un mundo de perspectivas desdibujadas y colores fuertes donde los gnomos, las hadas y los bosques encantados pueden ser entrevistos por quienes tienen un alma pura y en quien el conocedor detecta claramente la maestría de la técnica, la perspectiva y el uso del color.
El subconsciente juega un papel importante al observar cualquiera de sus obras más recientes. Un paisaje Marciano quizás pueda interpretarse como una visión del infierno, o incluso como una explosión cósmica, solo para transformarse en majestuosos brochazos de color y sombra al aproximarse al lienzo.
En otra de sus pinturas vista desde lejos podríamos ver el rostro de una mujer que al aproximarnos gradualmente se transforma en una silueta y luego en una clásica figura femenina reflejada en el agua. Trazos de color difuminados de manera aleatoria en el lienzo nos transmiten el carácter juguetón del artista.
Una tercera pintura nos recuerda un paisaje oriental que jamás hemos visitado. ¿Borlas blancas que podrían ser nubes? Las manchas negras a la izquierda quizás podrían ser piedras y los chispeantes claros en las mismas ¿podrían ser una cascada de agua? Y a la derecha, son gaviotas en pleno vuelo o quizá ¿hojas doradas por el sol del verano? Y la sombra en el trasfondo sea tal vez ¿una cabaña? Nadie tiene una respuesta a estos interrogantes, muy probablemente ni siquiera SANTO DOMINGO, quien se deleita a si mismo al propio tiempo que nos deleita con sus juegos de ilusión y la maestría de su arte.